Elena

Elena. Veintisiete años. Una mujer de cabello muy rubio y muy bella. Es la imagen que tengo en mi cabeza.

El día en que se fue llevaba puesto su típico pañuelo color pastel. Con lágrimas en sus ojos y, sin vergüenza, en los míos también, la despedí en el aeropuerto, ella debía irse de Argentina, a cualquier otra parte, escapando de una realidad que nos dejaba a los no viajantes con un nudo en la garganta y mucha impotencia. Luego de besarla y abrazarla durante lo que a mí me parecieron segundos, tomó su bolso de mano, me beso otra vez. Yo, en un impulso, me seque las lágrimas con un pañuelo, luego seque las de ella.

-Una lágrima corta a la otra- le dije.

Ya debía subir al avión asique dio media vuelta y se fue.

Hoy volvió hablando muy bien el gallego. No sé cómo logró rastrearme. Llevaba puesto el mismo pañuelo color pastel y un tapado de piel a tono. Casi no la reconocí, estaba muy cambiada, supongo que después de treinta años es inevitable. Había venido al acto en conmemoración del golpe militar, como una exiliada más y, de paso, visitar viejos amigos.

En el momento en que la reconocí cayeron algunas lagrimas de alegría desde mis ojos, ella sacó un pañuelo que reconocí al instante, me secó las lágrimas.

-Una lágrima corta a la otra- me dijo.

Crepito.

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