Rodríguez Peña 1385

Mi mamá, Victoria, arquitecta ella. Mi papá, Ernesto, constructor. Veía que me iba formando de a poquito. Nueve meses estuve en formación. En ese lapso de tiempo muchas manos, muchos ojos y muchas opiniones pasaron por sobre mí. Cuando nací, a mis padres no los vi mucho. Creo que un par de veces más. Pero en seguida conocí a unos amigos. Era una familia. El padre se llamaba Antonio, la madre, que creo que yo la adopte como la mía también, Lucia. Tenían un hijo, Fabricio. Nos criamos juntos. El tenía muchos juguetes pero yo no los usaba, no podía. Pero lo miraba jugar y me divertía mucho. La pasábamos bien. Todavía recuerdo el triciclo, los autitos caseros, la pelota, la rueda de un auto colgada del árbol –que funcionaba como hamaca-, ¡cuántos recuerdos!
Fabricio traía otros amigos, jugaban a la escondida, a la mancha, al futbol… pero el juego que más me gustaba era cuando hacían casitas. Me hacia acordar a mi papá y a mi mamá. Un día, Antonio, hizo una casita en el patio para Fabricio y sus amigos. Yo sentía que era como una hermana, hasta le puse un nombre, Florencia. Cuando Florencia me pregunto el mío caí en la cuenta que no lo sabía. En mi frente tenía una mancha de nacimiento que parecían letras y decían Rosas. ¡Qué imaginación tengo! Asique supuse que ese era mi nombre. El tiempo fue pasando y Fabricio y yo fuimos creciendo, Florencia solo charlaba conmigo porque Fabricio y sus amigos ya no querían jugar con ella. ¡Qué callejero era! Solo venia cuando tenía que comer o dormir.
Después de unos meses que Fabricio consiguió trabajo, ni siquiera venia a dormir, pasaba a visitarme de vez en cuando pero muy poquito.
Un día me desperté y me di cuenta de que Antonio y Lucia no estaban. Unos días antes escuchaba algo de que la casa era muy grande para ellos y que querían mudarse. No entendí mucho que quería decir todo eso. ¿Qué querrá decir mudarse?.
Al poco tiempo me presentaron otra familia. Fue raro porque el que me la presento yo no lo conocía. Esta familia no era como la de Antonio, Lucia y Fabricio. El hijo no jugaba a la escondida o a la mancha. El único juguete que tenía era, como él le llamaba, una computadora. A mí me aburría un poco porque estaba todo el día sentado y verlo no me provocaba risa.
Parece que cuando hablaban de mudarse estaban hablando en código porque siempre era cuando me dejaban sola. Así pasó con varias familias. La mayoría venían con esas computadoras que ahora las llamaban pesés. Algunas, muy de vez en cuando, invitaban mucha gente y ponían música y bailaban. Esos días eran divertidos pero siempre extrañaba a Fabricio.
Hoy cumplo dos ciento cincuenta años, estoy muy viejita, dicen, muy arrugada y se me cae el pelo. Hace mucho que no hay familias para compartir cosas. A mis padres no los vi más. Al lado mío tengo dos amigas que recién nacen. Me sorprendí mucho cuando me dijeron que su papá y su mamá eran arquitectos también.

Crepito

No response to “Rodríguez Peña 1385”

Publicar un comentario

 
Creative Commons License